jueves, 29 de enero de 2015

Sus palabras en mi boca

Tengo una amiga de infancia cuyo nombre voy a omitir. Nos conocimos cuando ambas teníamos 8 años –en este momento yo tengo 33 años y ella dice tener 27- con esta amiga he vivido momentos y procesos de aprendizaje importantes. Recuerdo que cuando teníamos 10 años, además de jugar en la casa rosada de los Rhenals -una inmensa casa esquinera en la segunda avenida del barrio Manga de Cartagena-, vendíamos obleas y arequipe después de la misa de los domingos, juntas comprábamos en el centro comercial Getsemaní los dulces que venderíamos en el colegio y luego en la adolescencia cambiamos las chocolatinas, bianchis y chupitos por accesorios que comprábamos en el Sanandrecito del Pie de la Popa.

Con ella compartí momentos maravillosos y aunque nos dejamos de ver por un tiempo, ya que ambas estudiábamos en diferentes ciudades, nos reencontramos cuando ya éramos profesionales -y por supuesto yo tenía 26 años y ella seguramente 20-.

En una ocasión llegué a su casa a visitarla y me contó mientras lloraba, que estaba desesperada pues su madre, quien había sufrido de cáncer de colón -enfermedad que al parecer aceleró el Alzheimer que tendría en la vejez-, repetía una y otra vez las mismas historias, situación que la llenaba de rabia, tristeza y un sentimiento de impotencia.

Me pregunté en silencio: ¿qué puedo decirle?, ¿qué puedo hacer para consolarla?, respiré profundamente y al darme cuenta que no tenía nada para decir, le pedí a Dios que pusiera sus palabras en mi boca.

Le pregunté: “¿Sabes cómo conoce uno a sus padres, abuelos o personas de la familia?” y respondí enseguida: “Las conocemos a través de las historias que cuentan sobre si mismas o las anécdotas que otros revelan en reuniones familiares. Y como tu madre por la enfermedad no podrá contarle sobre su vida, vivencias, amores, deseos y logros a tus hijos, Dios en su inmensa sabiduría se encarga de que ella repita las historias una y otra vez, cerciorándose de que queden en tu mente y corazón para que luego le puedas contar a tus hijos quien fue su abuela”.


La conversación terminó con un inmenso suspiro de agradecimiento y una sonrisa de tranquilidad y consuelo. Después de nuestra charla me fui para mi casa y le conté a mi familia lo que había sucedido. Ese día prometí que nunca jamás volvería a disgustarme por las historias y anécdotas que repitieran mis abuelos, personas mayores y en el futuro, ojalá muy lejano, de mi madre, prometí también que escucharía atentamente y con respeto cada palabra e historia de quienes me acompañan en esta vida, para poder contarle a mis hijos y ellos a sus hijos quienes fueron esas importantes personas.