sábado, 28 de diciembre de 2013

Carta para cuatro

Rómulo Duque  -  Alfredo Correa de Andréis  -  Jepe  -  Ernesto McCausland

Septiembre y noviembre son dos meses en los que inevitablemente reflexiono sobre la muerte, el desapego o pérdida de un ser querido, y por supuesto la forma en que cada ser humano enfrenta este doloroso tema. La reflexión me ha llevado a confrontar sentimientos y temores exorcizándolos a través de esta carta que habla sobre mi vida y cuatro hombres que dejaron un suspiro y una sonrisa de agradecimiento.

Mis padres se dejaron de amar cuando tenía cerca de cuatro años de edad. Sin embargo, postergaron la separación por tres años en los que el dolor y engaño alimentaron día a día el resentimiento y la culpa. Después de la anhelada separación pocas veces vi a mi padre pero pude conocerlo a través de anécdotas familiares que me ayudaron a entender su comportamiento,  la manera como fue criado y la forma como le tocó experimentar y/o recibir el amor.

Mi padre Rómulo Duque Arrazola murió el 30 de junio del 2010. -La causa-, el cáncer del olvido y la soledad que le produjo un ataque al corazón. El 9 de septiembre de este año cumpliría 56 años de edad, hecho que me llevó a pensar sobre nuestra inadvertida relación y a descubrir que gracias a aquel hombre que poco tuvo que ver con mi vida, había iniciado la búsqueda de la felicidad a través del perdón.

Alfredo Correa De Andréis nació en Ciénaga, Magdalena, de donde es mi familia materna y gracias a mi madre, quien fue su amiga, pude conocerlo en Barranquilla cuando frustrada por no poder estudiar Ciencias Políticas en Bogotá, quise estudiar Sociología en la Universidad del Atlántico donde él era docente.

Para ese entonces la universidad estaba en paro, hecho que a mis 19 años de edad nublaba la posibilidad de estudiar y de salir adelante. “El flaco Correa” quien se caracterizaba por hablar con esa “bacanería” que impregnaba de sentido y honestidad cada una de sus palabras me sugirió estudiar otra carrera –“Cucha por que no pruebas estudiar Comunicación Social en la Universidad del Norte, estoy seguro que en eso te puede ir muy bien”-, quizás estas no fueron las palabras exactas pero cada vez que recuerdo nuestra conversación (y las veces que compartimos en su casa, en los pasillos de  la universidad y cuando con mi madre lo fuimos a visitar a las instalaciones del DAS en Cartagena al ser falsamente acusado de ser ideólogo de las FARC), también recuerdo que gracias a él  aprendí que la vida no se trata de lo que se quiere sino de lo que se necesitas para ser feliz y de la capacidad que tengas para descubrirlo.

Alfredo fue asesinado en la puerta de su casa el 17 de septiembre de 2004, por el cáncer de la corrupción y la violencia que quiere consumir nuestro país. Dos años después me gradué como comunicadora social y periodista con una tesis meritoria y empecé a trabajar como productora y libretista en el canal regional Telecaribe, trabajé en política y llegué a ser coordinadora de corresponsales de Noticias Caracol. Alfredo tenía razón.

Nueve años han pasado desde este crimen y aún siento dolor por su partida, más al recordar que, mi mejor amigo, quien intentó consolarme el día de su asesinato,  murió faltando 1 día para el tercer aniversario de ese hecho.

A Jesús David Peña Guzmán lo conocí en la Universidad. No recuerdo con exactitud la situación que provocó nuestra amistad y mucho menos en que momento se metió en mi corazón. La verdad es que él se iba metiendo en todo, por algo lo apodaban “estoy en todo”. 

Jepe hizo una gran labor en mí, con su alegría y desparpajo me mostró la vida a través de las sonrisas y la mamadera de gallo.

Yo al igual que todos soy producto de mis circunstancias y de mi historia, y cuando entré a la universidad llevaba una mochila repleta de temores, complejos, apegos emocionales y materiales que dicho por él servían para tres cosas: para nada para nada y para nada.

Después de largas charlas mientras hacíamos trabajos para la universidad en su casa, empecé a sacar el dolor que impregnaba la mochila y que años después botaría recordando a mi amigo, quien a pesar de saber que en su cabeza habitaba una masa que, contraria a su capacidad de dar amor, no tendría hacia donde más crecer y le causaría la muerte, decidió callar, siguió riendo, mamando gallo y llenándonos de amor. El día del amor y la amistad se despidió de los lugares y de la gente que amaba y luego murió.

El día de su despedida entré a trabajar como productora del programa a las 11 con Ernesto McCausland y por casualidades de la vida, que no existen, me encontré a Ernesto en el cementerio grabando uno de sus cortometrajes y me pidió que invitara a los padres de mi amigo al programa para entrevistarlos. Al parecer, alguien le había hablado de la alegría de este personaje.

Ernesto, llegó a mi vida cuando trabajaba como productora para el programa Diálogos Regionales, dirigido y presentado por el entonces gerente de TeleCaribe Édgar Rey Sining, quien lo entrevistó, si mal no recuerdo, con motivo de los 20 años del nacimiento del canal y sobre el libro “El alma del acordeón” escrito por McCausland. Meses después me convertí en la productora de su programa, trabajo que me brindó la oportunidad de aprender y apreciar los pequeños detalles y personajes que construyen la identidad de la región Caribe, empecé a ver lo “corroncho” como un sentimiento de amor, reconocimiento y respeto al otro, pero especialmente conocí a un hombre divertido, olvidadizo y amoroso, dispuesto a creer y confiar en el talento y capacidades de los demás.

Con Tico, como le decían las personas que querían dejar claro su familiaridad o cercanía con él, descubrí la importancia que le dan los demás a trabajar con alguien que goza de prestigio. Recuerdo que en varias ocasiones conocidos y amigos preguntaban por mi trabajo y de paso aprovechaban para expresar su opinión acerca de McCausland, que si era mejor escritor que periodista, que su trabajo como cineasta les parecía corroncho o no, o que sencillamente era mejor que regresara a la radio. En todos los casos mi respuesta fue la misma: la diferencia entre McCausland y nosotros es que él ha hecho, tú y yo no. Quizás en ese momento por mi hablaba la arrogancia y la necesidad de defender a quien había puesto en mi toda su confianza. Esas palabras con el tiempo adquirieron sentido y tras su partida el 21 de noviembre de 2012 a causa de un cáncer de páncreas, comprendí que la mayor enseñanza que me dejó Ernesto McCausland Sojo es atreverse a ser feliz.

Terminando este escrito recordé conversaciones que tuve con estos cuatro hombres que Dios colocó en mi camino y que dejaron grabadas en mi alma las siguientes frases:

·         “A pesar de todo siempre los he amado” Rómulo Duque Arrázola
·         “Intenta con comunicación, tu puedes ser muy buena” Alfredo Correa De Andréis
·         “Tú me haces sentir mejor, me haces reír” Jesús David Peña Guzmán
·         “Súper Cucha yo creo en ti, tu puedes hacerlo” Ernesto McCausland Sojo


Hoy puedo decirles que, gracias a ustedes soy una mujer que perdona, elige, ríe y se atreve a ser feliz.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Disposición para recibir


Es difícil comprender por qué nos aferramos a tantas cosas en la vida que no tienen sentido. Nuestra vida transcurre en una total dependencia de lo material y, aún más preocupante, de lo sentimental, es decir, tenemos una capacidad inimaginable para aferrarnos a los sentimientos de dolor, de odio, depresión, tristeza etc… que no nos permitimos vivir siendo felices.

Los sentimientos a los que nos aferramos no permiten que crezcamos, por el contrario, se apoderan de tal manera de nuestro pensamiento que a pesar de saber lo destructivos que pueden ser, elegimos vivir recreándonos en ellos. No quiero decir con esto que expresar los sentimientos sea malo, pero, es necesario asumirlos con dignidad y valentía, siendo conscientes que cada situación buena o mala trae consigo la oportunidad de hacernos mejores personas siempre y cuando estemos dispuestos asumirlos de la mejor manera. Sin embargo, no sabemos vivir sin sufrimiento, desafortunadamente nos gusta sentir lástima por nosotros mismos y excusarnos en las situaciones difíciles que hemos vivido para no enfrentar  y asumir la responsabilidad de vivir felices.

Nos da miedo cambiar el chip, entender que cuando somos capaces de soltar los temores, frustraciones y esa cantidad de sentimientos de tristeza, rencor y amargura  podemos recibir de la vida oportunidades maravillosas para ser amados, respetados y valorados en  lo laboral, sentimental emocional, familiar y espiritual.

Para lograr lo anterior debemos tener la disposición de recibir lo que nos merecemos, sentir amor propio, ser coherente con lo que queremos y necesitamos para ser felices, asumir que las situaciones de la vida son fuente de crecimiento, un proceso, por lo tanto no son estáticas, pero deben transformarse en oportunidades para vivir mejor.

Por último quiero decirte que está en ti la posibilidad de trasformar la vida en un proceso de amor, crecimiento y felicidad.


Escrito publicado en el Oracional Diario No. 81 de Minuto de Dios Radio Regional Norte “El Man Está Vivo” , para el día 4  de julio de 2009.