Ya
antes había escrito sobre la importancia de los mensajes, de lo que se dice,
cómo se dice y lo que palabras mal administradas –hablar de más- pueden causar.
Sin embargo, he recordado unas historias que le dan otra mirada a este tema.
Hace algún tiempo una gran amiga, una mujer de fe y declarada enamorada de Jesús, narró un episodio de su vida para comprobarme como Dios se revelaba ante nosotros. Ella me contó que estando en la universidad tuvo un novio al que amaba o creía amar a pesar de que sus familiares, amigos y conocidos le advertían sobre los problemas que éste tenía con las drogas y sus constantes infidelidades. Mi amiga, decía que ella parecía “endemoniada”, que la idea de no estar con él la enloquecía, y que poco o nada le importaba lo que dijeran de él. Sin embargo, un día sintió la necesidad de hablar con Dios, de pedirle que le diera una señal, que le enviara un mensaje para comprender lo que estaba viviendo.
Al
poco tiempo, despidiéndose de una visita en la casa de sus suegros, la mamá del
novio amablemente le preguntó que si quería llevarse un poco de comida para su
casa, ella aceptó, y la sorpresa fue ver que la comida iba empacada en un
pequeño tarro de jabón (Ajax o acción) para lavar los platos. Estoy segura de
que la señora no tenía la intención de ofenderla pero, gracias a esa situación
mi amiga después de varios años pudo comprender lo poco que era valorada en ese
hogar.
Años
después recordé a mi amiga en una situación similar. Uno de mis jefes estaba
encargado de darme una noticia laboral importante, la empresa necesitaba que
trabajara los fines de semana en una jornada de 12 horas, situación que para
una pareja de recién casados podía afectar la estabilidad del hogar.
Lo
sorprendente no fue la noticia, fue el lugar que mi jefe escogió para dármela;
una solitaria cafetería de la empresa por donde esporádicamente pasaba gente
saludando. Sin un tintico o galleticas tuve que digerir la información.
Sé que este hombre que supera los 50 años de edad, que tiene una esposa y varios hijos, que se ha preparado y esforzado para estar en el cargo en el que Dios le ha permitido estar, no tiene idea del mensaje que me dio.
Soy
una mujer convencida de que cada cosa tiene su tiempo y su lugar, que cada acto
o palabra que sale de nuestras bocas debe tener la intención de construir, que
debemos ser un ejemplo para los demás en todas las instancias de la vida; en la
familia, con los amigos, en el trabajo y el diario vivir porque siempre pero,
siempre del otro lado hay un ser humano que siente, piensa e interpreta diferente,
y él también merece ser valorado.